de cero a cien y de cien a la imagen de estafa que vende jorge javier vázquez y con la que gran hermano remata (reculation is coming)

    Siempre con  la guasa de que quien critica la basura que hacen en telecinco durante cuatro horas cada tarde entre semana es porque no sabe hacer televisión. La cara de Gran Hermano arranca con la de su presentador, un tipo que se ha forrado a costa de creerse el Dios de la Innovación al frente de hundir y humillar a las hijas de todos los que no paran andreítas o barriguitas americanas.  Voilá el resultado. Entró por la puerta grande el sábado pasado, en un Deluxe que vendía humo, que juró contar la parte de la conversación privada que todavía la títere de la cadena no había relatado y se quedó en la mentira, en la falsedad, nadie dio explicación alguna, nadie se disculpó por no servir lo que se ofrecía, nadie. Es televisión, ¿saben? Se ha hecho muy famoso y muy millonario y sus vacaciones son todo lujo y exclusividad, sonrisa eterna, tan desagradable como forzada con su bótox de cemento que estira su boca casi de oreja a oreja y se ríe porque le toca. Es tan feliz. Nos dice que es tan feliz. Pero olvida su papel de transgresor porque teme que el público de Gran Hermano le rechaze y presenta la primera Gala con tal servilismo y peloteo descarado que da más que pena, risa. No es lo que hay que destacar, sin embargo. Su imagen, su saber hacer televisión, su innovación, sus premios, todo confluye en una única sensación: estafa. Jorge Javier Vázquez es la imagen de la estafa. Hasta el punto de que con la poca credibilidad que confiere la cadena en los títulos de periodistas licenciados como la Patiño hicieron de ésta, una semana antes poco menos que la metáfora del rigor y la seriedad de quien vende un informe médico de pisquiatría salvado por su diagnóstico no nombrado como si la campanada de inicio de clase fuera lo esencial de toda una hora de materia putrefacta.

       Y he aquí la imagen de Gran Hermano: la del presentador estafa por los cuatro costados. Como si las 24 horas de este concurso fueran comparables con los dos minutos que enfocaban las tardes gloriosas de Doña MIla Ximénez  en una isla donde la señora en sus ratos libres confesaba destrozar campamento, mobiliario y personal cualificado.

     Y por si la credibilidad no fuera suficiente amagan con la típica jugada sucia de siempre, cada vez con más descaro, más atrevidos, claro, que se lo digan a Amador Mohedano, culpable de acusarlos de lo que son y lo que hacen mientras las hijas de hospital se protegen bajo las sábanas roñas de su papá...

 continuará