Y ahora ya sólo queda lo más importante. Tratar de entender la explotación de una menor de quince años en prime time con el beneplácito de la madre, la abuela, los tíos, la Mariví y la mujer del representante, de cuyos hijos no sabemos nada excepto que disfrutan en el anonimato de grandes gananciales porque su papá sabe firmar emociones infantiles al veinte por ciento. Esto me recuerda a los hijos intocables de Raquel Bollo, la que se sienta a cobrar por escuchar y opinar sobre tetas y pollas concernientes a los hijos de su gran amiga a la que nunca traiciona. No puedo evitar el preguntarme qué opinará Isabel Pantoja cuando le ve reirse en el plató junto a Milas y Kikos de los sucios y escabrosos detalles de las intimidades de Chabelita y Kiko a la par que defiende las grandezas artísticas y la privacidad de los suyos. No nos desviemos, decíamos que no conseguimos entender lo que marca la diferencia entre los tontos de baba que no sabemos y los babosos que tan bien distinguen. Resulta que para Belén Esteban va a ser muy duro mandar a Andreíta al extranjero cuando cumpla 17 porque no quiere que conviertan a su niña en una Chabelita cualquiera. Y por eso la va a mandar al extranjero, para que la prensa rosa no la devore y le arranque las entrañas el mismo día que la mayoría de edad traspase la privacidad de su vida. No le va a quedar más remedio, y por tanto, es de sentido común que su entorno o su representante tenían que haber decidido que al teléfono, en vez de ponerse la menor que quieren proteger, pues lo hiciera el novio o la madre, llevándose Belén la misma alegría y obteniendo la misma información sobre la situación de la familia.
Pero no. Tenía que ser Andreíta cómete to the tontos of baba y te llevo a ver al Justin donde tú quieras.
Y mientras tanto, su educación de princesita en el mismo colegio que las otras princesitas le da para ver en los ratos libres a su adorada Ylenia del Gandía Shore. Impresionante documento siempre y cuando para ajustarnos al criterio que razona mínimamente todo esto, hagamos un pequeño esfuerzo racional y nos lleve a la única conclusión que dé lógica a todo este batiburrillo de intenciones. Si suena el teléfono a las once de la noche de un jueves en plena gala de Gran Hermano y es Andreíta, cuando cumpla diecisiete, quien se vaya a estudiar al extranejero tiene que ser o su abuela o el novio de su madre, pero ella no, no tiene sentido que sea la niña. Ay mi niña. Tanta exposición pública y púbica va a dar lugar finalmente a la torna de papeles donde la hija lleve el paso andante y sea la madre la del segundo plano con el ladrillo en el bolso. Literalmente. A la vuelta de la esquina vamos a recrear antiguas madres con ladrillos en el bolso tratando de proteger el resultado de las ficticias protecciones de antaño, una bestia televisiva con más hambre de fama que de lectura universitaria. Cuando crezca la niña. Ay mi niña. Ay mi ladrillo en el bolso. Con su burbuja inmoladora y todo, ahí, acuñando términos y apañando fronteras. Ya. Sí, sí. Claro, claro.
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