SOFÍA GANA EL CONCURSO DEL MALETÍN Y PIERDE EL DE LAS EMPANADAS

 

     Ya todos sabemos que Sofía ganó Gran Hermano y que recibió el premio como la campeona que es. Estuvo sincera y no se anduvo con tonterías. Trató a sus compañeros con la igualdad de quien todavía no los ha derrotado y enamoró a las cámaras igual que lo hizo con el público. Enhorabuena, Sofía, has conseguido trescientos mil euros menos dos bolsos e impuestos. Besicos.

     Esto que ya sabemos porque no habrá blog que no haya dado la noticia a estas alturas tiene en el nuestro un componente tardío pero por el que precisamente les vamos a compensar con otro mayor todavía de asombro y alegría al mismo tiempo, ya que gracias a la profesionalidad de los dos avezados becarios que tenemos y que no cejan en su intento de querer sorprender a todos nuestros maravillosos lectores, nos han traído una exclusiva que curiosamente, y por esas casualidades de la relatividad que tanto nos gusta,  tratamos de ofrecer en su día como la primera situación a destacar de la ahora ya ganadora en nuestra particular visión del concurso de Gran Hermano. 

     Descubirmos a Sofía como parte individual despegada de su madre con hijo putativo o hermano adoptado y adaptado al secreto del concurso, la tarde que se enfrentó abiertamente con Amanda, la rubia de las extensiones ansiosas y los plásticos estratégicamente colocados en las partes más exóticas de su cuerpo. Entonces todavía iba por la casa sin querer relacionarse con nadie que no fuera su madre o Suso, encerrada en sus pensamientos y observando desde la distancia cómo un montón de desconocidos interactuaban entre ellos con la intención de hacer un campamento de jolgorio y felicidad durante los siguientes tres meses. La rubia le tenía ganas y mucha envidia, mucha, porque además de ser terriblemente guapa, sin saber nadie que era una de las dos Galdeanos ya  le seguían las cámaras allá donde iba y destacaba entre todos por su apego a la libertad y un fuerte sentido de la independencia. 

venga plasticida, hasta luego

     Empezó a imitarla, Amanda a Sofía, con gestos de empanada, decía. La empanada, le llamó. Y se reía y reía, cada vez más fuerte y más alto, envolviéndose con un sentido amplio del poder del más fuerte arropada por su compañeros porque eran todos contra Sofía y se reían por lo bajo de las burlas de la rubia del código empanado en color de rosa. Y Sofía, cuando se dio cuenta, explotó. No se quedó atrás, la insultó sin andarse con rodeos, plásticos, quién fue a hablar de empanadas, ya quisieras tú tener mi cara y mi cuerpo, y mientras la de la ansiedad y las risas se crecía ante la mirada aprobadora de los demás en la cocina, Sofía salió al jardín donde estaba Suso tumbado en uno de los mimbres. 

   

Y fue entonces cuando su mirada me conmovió, sus ojos brillaban más de pena que de rabia. La habían herido de verdad. Estaba muy dolida, y entonces reconoció ante el chico que le gustaba, con una pasmosa humildad, que ella ya sabía que muchas veces se quedaba con la mirada perdida y la boca abierta mirando a un horizonte ficticio con cara de empanada y gesto de asco. Tal cual lo dijo, sobre sus gestos de asco y su empanamiento que luego le han acompañados durante el concurso como los ataques más repetidos de sus detractores. Pero en aquel momento toda su chulería y su altivez y su forma de ir por la vida por libre y con cierta superioridad se quedaron perdidas en lo profundo de unos sinceros ojos que lo decían todo y de un gesto de derrota que le hacía impresionantemente atractiva. En aquel momento se creció hasta ganar el concurso, decidiendo jugar sólo contra ella misma y dejándose de rodeos no quiso participar de nada que no le fuera de verdadero interés sin importarle si su comportamiento era bueno o malo para la consecución del objetivo, a diferencia de sus compañeros que parecían pisar cada vez más frágiles huevos al lado de su paso firme por el camino de la libertad.

     

     Con esta anécdota pensé en hacer una comparativa entre las dos empanadas, mostrar las imágenes de una y otra, pero la falta de tiempo y el despiste convencional instaurado en el blog nos saltó a otras cosas y el programa y el concurso y los concursantes ya iban avanzados por otros derroteros. Sin embargo, durante todo el concurso, he tenido siempre presente aquel momento. Esa Amanda empanada que no he querido perdonar ni disculpar a pesar de que su rostro tan poco agraciado desde la vista donde la diviso es motivo de silencio respetuoso. Pero nunca me ha dejado, siempre, pero siempre, en cada enfoque, en cada participación, en la expulsión y después en las galas y debates, siempre Doña Amanda hablando de empanamientos. Y aquí el silencio y la rabia de ver cómo se trataba de comparar con una diosa de la belleza esta torpona de la ansiedad más subida del verbo subir que lograda del verbo conseguir.

cakinito date prisa que me se corre el empanamiento

     Y finalmente no ha podido ser. El evitarlo. No hemos podido evitar que aquella entrada que perdimos en su día surja como la última con más fuerza que nunca. Las dos rivales en el plató, la una ganadora, la otra reventada, pero aún así con su manía de querer empanar a la pamplonica a toda costa. Y de repente, nos lo dan todo hecho, sin truco ni cartón, un primer plano de ambas juntas, mismo momento, mismo lugar y con sus reacciones ante las mismas imágenes. Y nuestra gallina, tan poco dada a los empanamientos, de picoteo rápido y generosa amplitud de miras nos ha traído en exclusiva el segundo gran concurso que se dirimió junto al primero, una preciosa noche de otoño donde la venganza no se srive fría, simplemente surge a la superficie a fuerza del empeño que pone quien lleva todas las de perder una vez más, y en este caso la sabia naturaleza del concurso, sin trampa ni cartón, ha invertido los papeles para hacer justa ganadora a cada una con su inteligencia en su propia especialidad. 

     Enhorabuena, Amanda, casi termina el concurso sin que te dedicásemos una entrada, y además de ganadora. Risicas.